CAPÍTULO DECIMOTERCERO

Arcanos vegetales y sus tradiciones

Volvamos ahora a los arcanos espagíricos de Paracelso y Zimpel, es decir, a la división entre las substancias tóxicas y mortales y los principios vitalizantes y curativos. Existe una extensa literatura en latín hasta hoy día conservada en las bibliotecas donde nadie les hace caso; la mayoría de estas obras datan de la Edad Media.

En ese tiempo, el médico debía presentar, tal como se usaba en los gremios de trabajadores, algún producto, algo que acreditara su competencia. Hoy llamaríamos este producto un específico, en aquel tiempo venía a ser propiedad de su autor cuando el soberano o una junta de médicos le daban el privilegio de fabricación. Muchos de esos extractos subsisten hasta nuestros días. Recuerdo las famosas gotas de Hoffmann que no faltan en ningún botiquín familiar de Alemania.

Federico Hoffmann, clínico en 1685, en el principado de Mindín, nombrado médico de la corte, experimentó varios productos más antiguos y se hizo célebre con sus gotas. Es interesante la lectura de sus obras, de las cuales todavía existe una edición completa por unos sucesores en el castillo de Bredow. En mí biblioteca tengo también unos tomos aislados, como guardo otros autores del siglo XVI, que he podido hojear; me ha faltado tiempo para dedicarme a ellas, pero he visto que son valiosísimas.

Médicos de la talla de Hoffmann presentaban, con pleno conocimiento, esos remedios que sus creadores, tres o cuatro siglos antes habían preparado. Hoffmann lamenta ya en esos tiempos y dice que es una lástima que tales preparados tengan que contentarse con instalaciones tan primitivas, cual los laboratorios de los alquimistas.

¿Qué diría un Hoffmann si resucitara, si volviendo de esa época pudiese ver un laboratorio químico moderno, donde con centrífugas y aparatos eléctricos de toda clase se puede lograr lo que en aquel entonces apenas osaron pensar?

También la botánica aplicada a la medicina ha hecho destacados progresos; a esos pertenecen las investigaciones de Mendel sobre variedades. Además, el tráfico intenso de los ferrocarriles, vapores y aviones nos facilita hoy la importación de plantas exóticas de todo el mundo a fin de someterlas a un análisis químico exacto, sobre todo aquellas que los antiguos consideraban como sagradas.

Curioso es que todos estos vehículos transportan semillas sin que nadie se de cuenta y hay botánicos especializados en la flora existente a ambos lados de la vía férrea, porque se ha comprobado que plantas que sólo crecían en el sur de Francia han aparecido en el norte de Alemania. Una ráfaga de viento levantó la semilla y la introdujo en un vagón y otra ráfaga la volvió a depositar en el suelo a muchos cientos de kilómetros del punto de origen.

Que el sol y la luna influyen sobre el crecimiento de las plantas nadie lo duda; pero hace poco que, en un laboratorio suizo, se empezaron ciertas experiencias a fin de examinar la savia de las plantas agrupadas de acuerdo con su precipitación, es decir, en su forma cristalina. Se llegó a la conclusión definitiva de que existe relación entre las plantas y los astros.

Desde hace muchos años la ciencia debate las conjeturas de Swante Arrheníus en su manual de Física cósmica, sobre si las relaciones de los planetas con nuestra flora son absolutamente demostrables. Yo mismo, siguiendo las indicaciones de P’feifer y Kolísko, hice anillos de alambre y experimenté durante los eclipses de sol y de luna, con preparados metálicos, jugo de vegetales y perfumes. Tuve la prueba de que todo lo que los labradores tienen por evidente y los silvicultores por incontestado, es un hecho; y especialmente esto, en cada cambio de la faz lunar, la savia de las plantas sube y cae y se agrupa diferentemente según la constelación.

Los constructores de la Edad Media, conocedores de este fenómeno, empleaban madera de árboles que habían sido derribados conforme a esa ley; esas maderas están aún hoy día intactas. La prueba la tenemos en muchas catedrales de España, al paso que nuestras construcciones modernas, apenas unas décadas después empiezan a carcomerse y pudrirse.

Cuando quemamos una planta y analizamos sus cenizas encontramos sales y elementos metálicos que varían según la especie. El análisis espectral prueba que tales substancias brotan como emanaciones de los cuerpos celestes. Y como los afines se atraen tenemos en el espacio un encuentro de esas substancias que por un lado emanan las plantas y por otro los astros, lo que forma, en el espacio, las substancias coloidales.

Recomendamos el examen de la conocida planta “gobernadora” (Covíllea tridentata) que crece sobre una capa de humus apenas perceptible sobre rocas calcáreas. Más de la mitad de los componentes químicos que encontramos al analizar la planta no existen en el terreno donde crecen y es indudable, forzoso, que los haya tomado del ambiente, o sea de la atmósfera. Esta planta tiene un olor penetrante, una vez macerada y extraída, que nos da un perfume especial.

Con la respiración, esas substancias coloidales penetran en nuestro cuerpo y se combinan en él con elementos análogos fabricados en nuestras glándulas.

La elaboración fisiológica, química y radioactiva del interior de nuestro organismo tiene en el núcleo de las células elementos sutílísimos, tales como gases y los rayos mitogenétícos que animan todo el proceso. En las plantas, aun cuando en otras condiciones, se realizan los mismos fenómenos; y si ayudamos al ritmo de la elaboración natural con la introducción de elementos gaseíformes y con esencias, en este caso nada más sano, podemos animar el proceso íntimo.

Pero estamos enviciados ya en tomar nuestros remedios por la boca y que pasen por el estómago; en los últimos años se ha preferido introducir directamente los extractos vegetales y productos minerales por medio de inyecciones.

Quieren vivificar los médicos así, pero se olvidan que ya en la Biblia se lee que Dios infundió al hombre el hálito vital en la nariz. Sólo en la narcosis (cloroformización) hacen ellos la inspiración del medicamento, pero sin pensar en la conveniencia de ampliar ese método y es precisamente en ese estado gaseiforme como podremos influir sobre nuestras glándulas.

Por cierto que toda ciencia es hija de la época. El famoso médico doctor Allendy, dice, con toda justicia, que Hanemann, con sus adelantadas sutilizaciones de substancias medicinales, activaba siempre más el dinamismo y habría sin duda usado de diluciones todavía más altas si hubiese dispuesto entonces de la técnica de hoy.

No podemos negar que con la tendencia surgida después de la guerra de 1870, atravesamos una onda materialista en medicina y es necesario recordar lo que dice Munk: “Es un hecho altamente doloroso el de que, en la actualidad, muchos médicos adquieren sus conocimientos de terapéutica médica única y exclusivamente por las muestras que a diario reciben de remedios patentados y por los escritos de reclamo que a éstos acompañan; con cuyo proceder los médicos mismos cargan sobre sí la culpa de haberse creado este estado de cosas perjudicial para ellos y para el pueblo en general. La ausencia de toda espiritualidad impersonal en este género de terapéutica médica es, a la postre, uno de los motivos, y no el menos importante, que empujan al paciente hacia los curanderos; en particular si los médicos, desconociendo en absoluto sus deberes psicológicos ante el paciente, y obedeciendo a su propia sensación de incertidumbre, tratan de explicar al enfermo la composición y efecto farmacológico del novísimo específico.”

El doctor Liek concluye su famosa obra con estas palabras: “El médico emerge de la divinidad. Y sí es. Una parte del poder que creó el cielo y la tierra, los animales y las plantas, convive en cada uno de nosotros, los médicos, servidores del Dios que vivirá eternamente. El curar es una santa acción y ésta se halla representada en el médico por una serie de creaciones, aun cuando no pasen de ser humanas. Pero para crear es preciso tener las manos puras y no menos el corazón.

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