Datos oficiales de la Piedra del Sol
Es considerado como un Cuauhxicalli (receptáculo o jícara de águila), lugar donde supuestamente se depositaban los corazones humanos para ofrendarlos a la Divinidad. Indudablemente, esto tiene un simbolismo muy profundo. En la época de esplendor de los antiguos mexicanos no existieron los sacrificios humanos. El sacrificio se refería a la necesidad de matar nuestras pasiones personales (ofrendar el corazón) para que pudiera expresarse la auténtica sabiduría, la espiritualidad en el ser humano.
Asombra la exactitud geométrica de esta joya de la antropología. No cabe duda de que los que lo diseñaron fueron grandes sabios y conocedores de las ciencias más puras. En sus jeroglíficos están señalados los días, meses, años, siglos, eras cosmogónicas, la historia de la humanidad, que data desde hace millones de años.
Pesa 24,5 toneladas, tiene un diámetro de 3,57 metros y está hecho en basalto de olivino.
Se dice que los aztecas recibieron de los toltecas el plano del calendario y la maqueta en el año 1094, siguiendo las indicaciones de Huitzilopochtli. Más tarde, Itzcóatl ordenó que esta piedra se tallara, la que se logró terminar en el año de 1479, durante la regencia de Axayácatl, siendo colocada en el Templo Mayor.
Al darse la destrucción de los ídolos durante la conquista española, fue enterrada, para ser descubierta en 1790 y trasladada a la torre occidental de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, donde permaneció hasta el año de 1885, y de ahí llevada al Museo de Antropología e Historia de México, donde permanece actualmente.
En su contorno el calendario tenía ocho estacas a las que estaban atados algunos cordeles. Estas estacas tenían un altura de 90 cm e iban clavadas en tierra, de manera que el calendario quedaba sostenido a estas en una forma horizontal, con su cara grabada mirando hacia arriba, hacia el sol. Los cordeles se entrecruzaban, por la parte grabada de la piedra, en forma de líneas rectas. De este juego de líneas aparecían algunas figuras que concordaban exactamente con la ya conocida Cruz de San Andrés (llamada también de Quetzlacóatl) y la Cruz de Malta. Las sombras coordinadas de estacas y cordeles e indicadores registraban el paso diario del Sol sobre la superficie de la piedra, marcando fechas precisas, horarios y espacios temporales.