Libro: La Sabiduría de Quetzalcóatl

EPÍLOGO

Quetzalcóatl [Códice-Borbónico]

Quetzalcóatl [Códice-Borbónico]

Nuestro señor Quetzalcóatl, y su sabiduría, no han desaparecido, estarán con nosotros hasta el fin de las edades. Quetzalcóatl ha estado desde el origen del universo y permanecerá para toda la eternidad.

Quetzalcóatl se encuentra en lo más hondo de nuestro Ser; por tal motivo, sólo a través del auto conocimiento (auto gnosis) lograremos hallarlo. Lo que nos separa, de nuestro señor Quetzalcóatl, es nuestro orgullo, la lujuria, la ira, la pereza, la gula, la envidia y la codicia.

Quetzalcóatl está en cada partícula de este universo, es una emanación ígnea divinal, es la fuerza cósmica que está latente en el núcleo de los átomos y de los soles, es la energía que hace que todo se mueva y exista.

Quetzalcóatl es la vida que palpita, incesantemente, en la creación entera, es el hálito divino y misterioso que se encuentra tanto en la materia como en la conciencia.

Hay que permitir que Quetzalcóatl se manifieste a través de nosotros, debemos lograr que florezca un día en nuestro verbo, debemos hacerlo carne, sangre y vida en cada una de nuestras acciones, debemos hacer que se manifieste, con hechos reales, trabajando con amor por la humanidad.

Prometió que algún día regresaría y es asombroso cómo, a pesar del tiempo y la distancia, son muchos los que todavía lo esperan; pero, en realidad, es que nos toca a nosotros cumplir con esa promesa hecha por nuestro señor Quetzalcóatl, trabajando en sí mismos para que esa fuerza maravillosa del amor penetre en nuestras vidas, traspase nuestro corazón y Quetzalcóatl se haga uno con nosotros.

Se fue Quetzalcóatl, pero debe vivir en nuestro corazón, debe nacer en cada uno de nosotros. Se fue, sí, como se iban las almas de los difuntos en el viejo Egipto: Navegando en la Barca de Ra, rumbo al Sol inefable. Se fue Quetzalcóatl, pero debemos llamarlo con todo nuestro corazón; debemos invocarlo, debemos eliminar, de sí mismos, esos defectos que cargamos y que nos alejan de nuestro señor Quetzalcóatl...

[Samael Aun Weor. “Nuestro Señor Quetzalcóatl”]