XXIII

Meses habían pasado, Rasmussen había prometido a Bernardo, hacer la curación de Elsa. El día tan ansiado se aproximaba. El Rosa-Cruz se venía preparando desde hacía varios días, guardando cierta dieta. Bernardo había hecho otro tanto.

En aureola de colores verde y oro, brillaba el sol en Oeste. Una inmensa nube, como los brazos de una sepia gigante, trataba de aprisionar al astro rey; pero los rayos penetrantes de Helios, parecían apartarla y dejarse ver sin interrupción. El suelo había quedado húmedo a causa de una llovizna que, como un epílogo de varios días borrascosos, había limpiado la atmósfera, dando al ambiente un olor agradable a ozono.

En casa de la señora Kersen, hallábanse reunidos tres seres que conocemos; el Rosa-Cruz mexicano, Bernardo y Elsa. La conversación era pesada. Se sentía el tictac del antiguo reloj, y el gotear desde el tejado de la casa.

Por la ventana, entraba una corriente de aire fresco, como el aliento de un espíritu, que parecía empujar el aire gastado del cuarto, para reemplazarlo por algo lleno de salud. Era como si los tres sintieran la respiración de la tarde al mismo tiempo. La conversación se avivaba. La mirada de Rasmussen descansaba sobre los bordes dorados de aquella inmensa sepia alrededor del sol.

“La hora es propicia, hoy debe ser, hoy te conjuraré, el ojo del sol volverá brillar para ti: es menester que consuma la oscuridad”.

Om-om-om... En este instante, como el susurro especial de un viento invadía la estancia.

Elsa hacia un movimiento como de escalofríos.

—¿Quieres que cierre la ventana, Elsa? —preguntó Bernardo, con tierna solicitud.

—¡No! —interrumpió súbitamente Rasmussen—. Nuestros ojos no lo pueden ver aún. Mi Gurú Nahuatl hoy me asiste.

—Maestro —interrogó Bernardo—: ¿es uno de aquellos que vi e n Montserrat?

—No —respondió Rasmussen—. Mi Gurú reside en México, pero acude aquí a mi llamado.

Elsa concentrada sobre las últimas palabras de Rasmussen, repite quedamente: “El ojo del sol vuelve a brillar: que la oscuridad se va a consumir, él lo ha dicho”.

Después de un corto momento, se llenan repentinamente de lágrimas los ojos de Elsa y poco a poco principian convulsiones que aumentan, haciendo temblar todo el cuerpo delicado de la joven.

—¡Hoy recibiré la luz, Bernardo! ¡Que felicidad! Este, incorporándose, exclamó:

—Sí, Elsa. Desde que regresé de Montserrat, sé que te vas a curar.

Luego guardó silencio hasta que de pronto Elsa, algo sobrexcitada, preguntó:

—¿Qué pasa?

—¡Es el Gurú mismo! ¡Yo siento con mis oídos espirituales su voz! —aseveró Bernardo.

—Ya estáis en contacto —dijo calladamente Rasmussen—, la curación comienza y del resultado estoy seguro.

Se había levantado el Rosa-Cruz y con aire majestuoso, levantó ambos brazos, poniéndolos en actitud de oración frente a los rayos solares. Es la hora del Tatwa Prithvi. Elsa irguió la cabeza. Sentía como si le penetrara luz. Sobre su frente había un reflejo bendito. Por fuera de la casa, se sentía constantemente el susurro del viento. El reloj de la Iglesia dio seis campanadas.

—Es la hora de oro —dice Rasmussen.

—¿No ves —dice calladamente a Bernardo— aquella estrella vespertina que principia a brillar y a alumbrarnos la tarde? ¿La ves, Bernardo?

Bernardo contesta:

—Sí. Es Hésperus.

Elsa se había levantado como atraída por una corriente mágica. Su frente parecía ponerse en línea recta con aquel punto señalado en el cielo. “La hora del Tatwa Prithvi, la hora de oro —repetía ella también con voz temblorosa—. Ahora sé lo que es el Tatwa necesario; ahora sé lo que significa la hora de oro”.

Sus manos iban a tientas como buscando algo en el espacio, hasta que encontró la mano de Rasmussen. Temblorosamente apretó esta mano contra su frente.

Callaba...

Levantó más la cabeza. se veía que hablaba con labios temblorosos, sin moverse, como una estatua, como una diosa hecha de fuerzas mágicas y de luz, y sonreía...

Los minutos pasaban. Un silencio absoluto llenaba el espacio. Inmóvil permanecía Elsa con la mano del Rosa-Cruz sobre su frente. Parecía como si todo su cuerpo estuviera pegado a esta mano. Poco a poco cambiaba esta actitud de éxtasis en un sueño tranquilo. Iba a caerse, cuando Bernardo la tomó en sus brazos, depositándola sobre un diván que estaba al lado de la estufa.

El Rosa-Cruz tomó su propio manto, cubriéndola toda.

—Ahora debemos retirarnos, debemos dejar la labor al Gurú Nahuatl a solas.

Las vibraciones de nuestras materias perjudicarían al cuerpo astral del Gurú Nahuatl, cuando viene de tan lejos. Yo, como iniciado, podría quedarme, pero me retiraré con ustedes. Mas tarde, Bernardo, cuando hayas avanzado más, por el camino emprendido, podrás ver muchas veces estas materializaciones de mi maestro, como has visto en Barcelona el tuyo.

Al retirarse los dos, el Rosa-Cruz cerró la puerta, añadiendo:

—Hay maestros que se materializan y andan por las calles de las ciudades, como nosotros; y los transeúntes no se imaginan su existencia.

Al final del corredor, en la puerta de la calle, estaba parada la señora Kersen. Un olor fragante a pastelería recién hecha, salía del comedor. Venía a convidarlos a tomar café, sin darse cuenta de lo que en aquel momento habían tratado. Tanto Rasmussen como el joven habían olvidado participar a la señora Kersen que se iba a tratar de la curación de su hija.

Al ver la casa sería de Rasmussen, interrogó de repente:

—¡Qué! ¿Hay algo de verdad?

—Sí, hemos dejado a Elsa allá dentro. Vamos a tratarla...

Súbitamente se puso pálida la madre, y con acento lastimoso interrogóle al Rosa-Cruz:

—¿Crees tú que no pasará nada? ¿No corre mi hija ningún peligro?

Bernardo excitado, no pudiendo esperar la respuesta de Rasmussen, contestó por él:

—Yo estoy completamente seguro del resultado. —¡Qué sea en nombre de Dios! —dijo la señora—. ¡Que el Salvador cumpla el deseo más grande que he tenido en mi vida!

Habían entrado en la pieza contigua y entonces Rasmussen les indicó se tomasen de la mano para formar una cadena.

—Pronunciad conmigo la palabra AUM. Tomad fuertemente la cadena, para que los hermanos del invisible que asisten al Gurú, puedan formar un triángulo igual.

De repente, una sacudida violenta pasó por el cuerpo del Rosa-Cruz.

—Ya está hecho. Al Gurú dirijamos nuestra gratitud. Ya ha venido.

La madre, no pudiendo contener los sollozos, oraba:

—¡Señor, Señor! ¡Cuánta es tu misericordia, si salvas a mi hija! —Ya podemos soltarnos. Tomemos asiento.

Sobre la mesa había un jarrón con violetas de los Alpes, color morado; en la ventana había fucsias, y en el jardín el tornasol se mecía al impulso de la brisa de la tarde. En un cuadro de la pared había una labor de mano, que la señora había hecho de niña, que decía: “Voluntad y Fe”, e indicando el cuadro dijo la madre:

—¡Ahora creo!

—Si tu fe es sincera —decía Rasmussen—, ayudará mucho a la curación.

Luego, continuando la conversación decía:

La humanidad actual, ha perdido la noción de la fe. Lo que está más en boga, es la fe del carbonero, la aceptación sin meditación de opiniones ajenas; la verdadera fe es vívida, es voluntad, es acción. La fe debe asumir una sustancia en nosotros. Voy a enseñarte una cosa interesante, Bernardo. Mírame de frente, un poco más arriba del entrecejo.

Bernardo obedeció.

—¿Qué ves?

—¡Ah!, veo que brota luz.

—Sí, ves; es luz lo que brota.

El vino de luz. Es la fuerza del Santo Graal. Es una fuerza que podemos desarrollar en nosotros, dominando el impulso sexual. Es la sustancia que nos ocupa en nuestras operaciones de magia. Es la sustancia-fuerza, Cristo en nosotros. Es ella la que puede redimirnos, que cura, que sana. En el Universo es la causa causarum de todo: En él reside el misterio de la generación universal. Pero espérate. Acompañadme.

Rasmussen se había levantado. Parecía un sonámbulo; y, cogiendo de la mano a Bernardo, lo llevó bruscamente a la habitación donde estaba Elsa. La madre había seguido también inconscientemente. Al entrar, encontraron a la ciega sentada en el sofá, donde anteriormente la había dejado acostada. Su cabeza iba siempre hacia arriba, pero permanecía con los ojos cerrados.

Bernardo, fijándose en ella, exclamó:

—Ahora veo en Elsa también un reflejo de luz en su frente.

—Fue necesario encender la glándula pinealis, la ventana del alma —agregó Rasmussen—. Con este reflejo espiritual, todos los hombres podrían ver, aunque sus ojos se apagasen.

Como médico, deberá saber usted no provocar de una manera periférica, sino por una inducción central. El nervio óptico está en relación con esta glándula tan importante.

Como médico —decía Rasmussen—, yo diría al poner el diagnóstico: Elsa nació con el nervio óptico atrofiado. Estaba demasiado angosto, reducido, estrecho para comunicar el ojo con el cerebro. La labor del Gurú fue cargarla de vitalidad para que la corriente vital, como la electricidad, pasara de la glándula pinealis, por el nervio, hacia el ojo, y la cargara de luz.

Fíjese, mí querido amigo: El noventa por ciento de los ciegos podrían ver, si pudiéramos cargarles la glándula pineal con esa fuerza viril, y actuar desde este centro sobre los ojos.

La ciega que parecía no había puesto atención en la conversación de los hombres, se levantó con los brazos levantados, cual si buscara algo.

—Dame tu mano de nuevo, tío —dijo entonces—. Ya no quisiera dormir, ni soñar, sino despertar y ver. Es ahora cuando me puedes dar la luz, la vista. El Maestro estuvo aquí y me lo ha dicho.

Otra vez había tomado la mano del Rosa-Cruz poniéndosela en su frente, y permaneciendo él en esta actitud que anteriormente hemos descrito.

—Yo soñaba... No, no soñaba, sino veía —dijo Elsa—. Delante de mí había un hombre vestido con una túnica blanca, adornada, creo, con palomas, y en la cabeza un cáliz. En una mano, llevaba también un cáliz que resplandecía de luz. Me dio de beber. Al pasar en mí, esta luz líquida, me invadía todo mi ser, me cargaba de algo divino. Pude ver en el acto.

En este momento la ciega abrió los ojos. Rasmussen pronunció unas palabras desconocidas. Mantrams, en que había cierto acento especial sobre las vocales.

Al que sabe, la palabra da poder. Nadie la pronunció, nadie la pronunciará, sino aquel que lo tiene encarnado. El contenido de la palabra, es poder, omnipotencia.

Luego, pronunció nuevas fórmulas, incomprensibles para los demás; y, de repente, extendió su mano sobre la enferma en actitud de bendecirla, y dijo: “Yo quiero que tú veas”. De pronto, tomó la cabeza con ambas manos, tenebroso, y la acercó a sus labios, como si quisiera besarla. Pero no la besaba; sino que la soplaba en la misma parte que antes había sido objeto de conversación, o sea, en la parte que correspondía a la glándula pineal. En este instante, la pieza era invadida de una luz especial verde. Elsa tornó entonces los ojos hacia los dos hombres; y en ella, en su mirar, se veía por primera vez, vida. Ella miraba; era la primera mirada.

La señora Kersen, que había seguido todo lo que había pasado en sus pequeños detalles, exclamó:

—¡Dios mío! ¡Dios mío!

La hija que por la voz reconoció a su madre, se lanzó hacia ella y se abrazaron y besaron largo rato, después, dando la mano al hermano, dijo:

—¡Gracias a Dios y a ti, se ha salvado mi hija! ¡Qué dicha tan suprema, haber asistido a un milagro semejante! ¡Hoy el Señor nos ha bendecido inmerecidamente!

Elsa, que se había soltado de la madre, empezó a mirar al tío, a la madre y a Bernardo, con expresión interrogante. Paseó luego sus miradas por toda la pieza, deteniéndola en los cuadros, y dijo: —Bien parecidas he imaginado algunas de estas cosas. ¡Sin embargo, otras son tan distintas...!

Un fenómeno curioso hay que anotar:

Todos los relojes de la casa se pararon al mismo tiempo que el Gurú operara el milagro en Elsa.

Este fenómeno de pararse los relojes, se ha observado muchas veces en diversos lugares, al acontecer algún fallecimiento. John Ellig, que ha hecho los estudios detenidos sobre tan extraño fenómeno, hace notar, en la “Revista Parapsicología”, que también sucede que se paren los relojes cuando los moradores reciben impresiones fuertes.

Una caravana de turistas alemanes fue sorprendida por un alud de nieve, en los Alpes Suizos. Al ocurrir el hecho, se salvó milagrosamente uno de los turistas, por partirse el alud. Pero, en presencia suya, aconteció la muerte accidentada de sus compañeros. Al llegar al hotel y dar cuenta de la triste nueva, supo el sobreviviente que el hotelero había recibido telegramas de la casa del turista, en el que le preguntaban si había muerto; puesto que allí se habían parado los relojes, y había una distancia de ciento cincuenta kilómetros.

¿Cómo explicamos los Rosa-Cruz esto? Pues por la presencia de hermanos mayores, que acuden siempre a los lechos mortuorios, y a los grandes accidentes, y pueden, en tales instantes, por las emanaciones de las víctimas, parar los relojes, a fin de dar, con este fenómeno de efectos físicos, una prueba de su asistencia.

Mientras el Rosa-Cruz, después de haber realizado esta curación milagrosa, guardaba una calma absoluta que parecía extraña a un acontecimiento semejante, en el cerebro de Bernardo estallaba una tempestad. Su ánimo era parecido al de Abraham, cuando éste, según la leyenda, ahogaba los fetiches de sus padres. Todo el edificio, cual un castillo de naipes, había temblando en su base triangular. Él había vivido algo, allá en Montserrat, y hoy aquí, que estaba en pugna con su pensar lógico de médico.

Un nervio atrofiado, anatómicamente enfermo, había recuperado su actividad. Un alambre roto e inservible, había dejado pasar una chispa.

¡Un milagro! No podía ser de otra manera.

Todas las cosas suceden a base de leyes inalterables; y, mientras en su cerebro iban como rayos todos estos pensamientos nuevos, se realizaba algo más extraño todavía, algo más maravilloso.

La mirada de Elsa, interrogante como una efigie que despierta, había divagado por el cuarto, hasta volverse a encontrar con la de él. Pero ¿qué veía en esta mirada?

Nunca podría olvidar, en el resto de su vida, estos primeros destellos de su vista.

¡Qué dichosos se consideraba Bernardo, con que esta primera mirada fuera para él, llena de un amor puro, virginal, ardiente! Era una dicha casi inconcebible, considerar que esa mirada, que era grandiosa, que transparentaba el alma de su amada, era para él.

Bernardo creía que había visto en algún Museo, una mirada semejante en el cuadro de alguna Virgen de Andrea del Sarto, de una madre amorosa de Murillo u otro gran clásico. Era como una Santa María; y a él le atraían estas miradas. Entonces, se postró a sus pies, y, tomando una de sus manos, la llenó de besos, besos ardientes, besos de amor. Elsa, que los sentía, confundida acaso, no sabía que hacer, y quiso postrarse ante su tío, ante su salvador. Pero éste, tomándola amorosamente por una mano, dijo: “Nunca dobles tu rodilla ante los hombres; pero dóblala ante el bienhechor que te ha sacado de las tinieblas y te ha traído a la luz del día”.

Tomó entonces de su bolsillo una cruz de marfil rodeada en el centro con rosas de oro.

—Pon tus manecitas, sobrina mía, sobre este símbolo. La cruz está extendida y la rosa florece en ella. ¡Que las manos de todos los hombres se conviertan en una cruz semejante, que da vida! No fui yo quien te curé; fue la fuerza santa, simbolizada por esta imagen.

Luego agregó:

Ahora, hija mía, no debemos exponer tus ojos a la luz, tan rápidamente. Es preciso que tu nervio óptico se acostumbre poco a poco a la luz del día.

Pidió entonces a su hermana un pañuelo negro y le tapó los ojos diciendo: Ahora necesitamos, durante siete días, hacerte mirar al sol naciente; pero el resto del día, debes descansar con los ojos vendados.

Ahora, deja que formemos contigo la cadena para dar las gracias a la Fuerza Omnipotente.

Después de haber formado la cadena, el Rosa-Cruz levantó su mano hacia el Oriente, y en tono sacerdotal dijo: “Benditos sean los que han vivido antes de nosotros, los que estén con nosotros y los que nos sigan; y gracias sean dadas a sus maestros, directores invisibles. Benditos sean también los que están sobre nosotros, los que habitan abajo, a la derecha, a la izquierda; y véngannos las fuerzas incorporadas a ellos. Benditos sean los que nos aman y nos comprenden y benditos los que nos odian porque no nos comprenden; y gracias sean a las almas encarnadas en ellos.

Bendícenos, fuerza concentrada en los Nauas, en la Logia Blanca de Montserrat y las otras esparcidas en el mundo; y permite que los hermanos invisibles cuiden de esta niña, de esta criatura, hasta el fin de sus días. Amén”.

Todos repitieron: “Amén”.

Después de haberse levantado, el maestro siguió: “Lo que ha operado aquí, es la cruz, el símbolo de la cruz, pero no el símbolo de la cruz con la muerte, sino con las rosas en flor”.

Y con eso; volvía a enseñarles el símbolo, la cruz que llevaba en su mano.

“Nosotros somos cristianos, y cristianos de veras, que conocemos todos los misterios, y respetamos y practicamos todos los sacramentos; todavía más que aquellos que lo son porque recibieron el bautismo. Nosotros admitimos la cruz que da vida, y no como símbolo de la muerte. Nosotros sentimos el Cristo, en nosotros, más que los otros que siguen al Cristo histórico. Nosotros creemos que no existe la muerte; los que caen desvanecidos en esta vida, vuelven a renacer como el fuego.

INRI, “Igne natura renovatur integra”.

“En la Naturaleza, todo se renueva por el fuego”.

“La tierra nos reclama por cierto tiempo, pero nos hace renacer y reencarnar a cada instante. Los hombres no conocen este fenómeno, y, así como mueren y nacen los hombres, así muriendo y naciendo se suceden los pueblos.”

Dirigiendo un dedo al Sol, que iba poniéndose, dijo: “Allá nacerá un pueblo nuevo, la raza del provenir”.

El Rosa-Cruz, despidiéndose de todos, dio la mano a cada uno y se retiró. También Bernardo dejó a Elsa sola con su madre.

En las semanas que siguieron, Elsa fue poco a poco acostumbrándose a la luz, siguiendo las instrucciones precisas que el Rosa-Cruz había dado.

Un fenómeno curioso era que ella no podía ver la diferencia entre los animales; y así, confundía constantemente los perros y los gatos y también tomaba las plantas cuando se mecían en el viento, por seres vivientes. Cosa extraña le pasaba también con las personas; pues, al principio, le era difícil diferenciarlas por las facciones de la cara.

Por otro lado, tenía la particularidad de ver el aura de las personas; y así, las que eran coléricas, las veía envueltas en una capa de rojo; a los avaros y envidiosos, los veía envueltos en una aura verde sucio. A su madrecita, siempre la había visto envuelta en un color rosado-azulenco, limpio y puro. Cuando recibían visita, no necesitaban que le explicaran la condición de las personas, pues ella misma las veía.

¡Ojalá que esta cualidad la tuvieran todas las personas! Pero solamente los Rosa-Cruz tienen la clave para comunicarla.

Ahora, para Elsa empezaba la vida.

Había puestos sus primeras miradas en este mundo que antes solo había visto en su luz interna. Ahora, vio que existía realmente este mundo de maravillas, tantas veces explicado por bernardo.

En ella, todo era optimismo. Todo eran bellas esperanzas. Cuando echaba una mirada en este laboratorio de la naturaleza, lleno de preciosidades, que antes mentalmente se había imaginado, sentía una sensación de voluptuoso bienestar, que solo son capaces de sentir aquellos que están animados de puro amor universal.

Cuando en sus paseos diarios iba por el prado, su dicha era ine fable, al poder ver las rosas, los claveles, los alelíes, los geranios y jazmines, con sus colores rojos blancos y amarillos, que antes solo podía diferenciar por el olor.

Cuando veía el nacer y el morir de las plantas en la naturaleza, en un santo ensimismamiento, elevaba sus oraciones al Cielo. Nunca persona más pura había sido más dichosa, ni persona más dichosa, había sido más pura que nuestra Elsa.

Bernardo era un constante camarada que la acompañaba en estos paseos, y, entonces hacían proyectos y soñaban con el porvenir. ¡Todo lo que había pasado, había venido de una manera tan repentina...!

Él la tomaba en sus brazos; la acariciaba... Ella se entregaba por entero a él; y él, que no había tenido jamás otros amores, se entregaba a ella con todas las fuerzas de su alma...

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