Las Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi

Antonio Vivaldi, François Morellon La Cave, 1725

Antonio Vivaldi, François Morellon La Cave, 1725

En el antiguo país de Grecia, se narra la portentosa leyenda de Edipo en su búsqueda por la liberación del alma y en su venturosa trayectoria se encuentra con una esfinge, la que le presenta al héroe un acertijo: ¿“Qué es, que camina en cuatro patas, después en dos y posteriormente en tres?” Y con gran diligencia, el héroe respondió: “El ser humano, pues cuando es bebé, camina en cuatro patas, cuando es adulto, en dos y en su etapa más madura se apoya con el cayado, su tercera pata”.

Así es la vida generalmente en el hombre, y durante su existencia, pasa por cuatro edades fundamentales, la de la niñez, en la que se plantan y se siembran virtudes y la personalidad se forma con las dulces palabras y cariño de la madre y del padre, una etapa de florecimiento y belleza; más tarde, en plena juventud, diferentes energías creadoras se manifiestan con la capacidad de iniciar grandes empresas o en la naturaleza, podríamos decir que grandes frutos, como la etapa de un verano maravilloso en el que se recoge lo que se sembró en la primavera de la infancia; el otoño no podría hacerse esperar con cierta madurez en el ser humano, en el que aplica todos sus esfuerzos, sus experiencias, preparándose para disfrutar de un descanso y reposo maravilloso en el próximo frío del invierno.

Así, representadas en el ser humano como en la naturaleza, están esas cuatro edades o etapas, que si las refiriésemos a través de la música, encontramos expresiones maravillosas que exaltan los valores del alma, para eso es la vida, podríamos decir, para crear esos valores en el trabajo interior con alegría, con inspiración y profunda devoción, recordando uno de los principios fundamentales del conocimiento gnóstico, la salida de la esencia del Absoluto, llegando con vida en los mundos, en las razas, en las subrazas; pues narra el conocimiento gnóstico que toda esencia emana de un lugar paradisíaco para llegar a la existencia.

En las cuatro estaciones de Vivaldi, quien de 1687 a 1693 fuera ordenado sacerdote, y practicara liturgias, confesiones y ejercicios espirituales, muestra características educativas ejemplares que inspiran a una imitación de vida, con ritmos más allá de la alegría de trinos, vuelos graciosos y libres, comulgan con el alma de quien escucha, como plena representación de un nacimiento en la Tierra. La primavera, verano, otoño e invierno sigue un compás cabalísticamente relacionado con el cuatro, cuya representación es el fundamento del desarrollo interior.

De igual forma estamos en el vientre de la madre en el que hay calor, protección, amor, alimento y al cruzar la puerta del nacimiento, como el nacimiento de una fruta que es arrancada del árbol para una nueva etapa, así comienza su vida el ser humano y a lo largo de ella, encuentra muchas alegrías, entusiasmo, momentos de luchas, de enfrentamientos, quizás, de amor y compasión, pero al final de la existencia, retorna un frío invierno en el que deja la vida y de acuerdo al gnosticismo universal, podemos regresar al seno del Nirvana con sabiduría o simplemente regresar a él.

Antonio Vivaldi, imagen de fondo

Antonio Vivaldi, imagen de fondo

Así como lo describe uno de los principios del gnosticismo y toda esa representación a través de la música de Vivaldi suele ser maravillosa, y encontramos en el libro “Matrimonio perfecto”: “El alma comulga con la música de las esferas, cuando escuchamos las nueve sinfonías de Beethoven o las composiciones de Chopin, o la divina Polonesa de Liszt. La música es la palabra del eterno. Nuestras palabras deben ser música inefable, así sublimamos la energía creadora hasta el corazón.

Las palabras asqueantes, sucias, inmodestas, vulgares, etc., tienen el poder de adulterar la energía creadora, convirtiéndola en poderes infernales. Las danzas sagradas son tan antiguas como el mundo y tienen su origen en el amanecer de la vida sobre la Tierra. Los bailes sufís y los derviches danzantes (acompañados de música), son tremendamente maravillosos. La música debe despertar en el organismo humano para parlar el verbo de oro. Los grandes ritmos del Mahavan y del Chotavan (de la filosofía oriental), con sus tres compases eternos, sostienen al Universo firme en su marcha. Estos son los ritmos del fuego, cuando el alma flota deliciosamente en el espacio sagrado, tiene el deber de acompañarnos con su canto porque el Universo se sostiene por el verbo. Así, podríamos encontrar un ritmo en las cuatro estaciones que representan esas armonías de la creación como un reflejo de un ritmo que podrías ser llevado en nuestro desarrollo interior.

La casa de los iniciados debe estar llena de belleza. Las flores que embalsaman el aire con su aroma, las bellas esculturas, el orden perfecto y el aseo, hacen de cada hogar un verdadero santuario. A lo largo de las enseñanzas del Maestro Samael, nos encontramos con la descripción que cita: “los gnósticos usamos en cada estadío un hábito distinto. En el astral hay ángeles que se turnan en su trabajo de ayudar a la humanidad. Rafael en primavera, Uriel en verano, Miguel en otoño, Gabriel en invierno”.

Se cita que estos ángeles concurren en los trabajos, prácticas, para ayudarnos. Si vibramos en armonía con la música de las cuatro estaciones de Vivaldi, podrían apoyarnos en la sensación de alegría y conciencia para el trabajo interior. El hogar debe tener un fondo de alegría, música, y besos inefables. La danza, el amor y la dicha de querer fortificar el embrión de alma que los niños llevan dentro. Así es como los hogares gnósticos son un verdadero paraíso de amor y sabiduría.

Francisco Ismael Moreno Luna

IMAGENES: Antonio Vivaldi, François Morellon La Cave, 1725

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