La Novena Sinfonía de Beethoven
«Las nueve sinfonías de Beethoven, y muchas otras grandes composiciones clásicas nos elevan a los mundos superiores». [Samael Aun Weor].
Beethoven, Joseph Karl Stieler, 1820
La obra maestra de Beethoven sin duda alguna es este canto a la Fraternidad Universal; el mensaje aquí descrito no debe quedarse en bonitas palabras que se las lleve el viento, deben convertirse en realidades concretas, en cambios palpables en nuestra forma de ser, de actuar, de pensar y de sentir.
Friedrich Von Schiller coloca letras sublimes que unidas a sonidos mágicos que pone Beethoven, hacen de esta pieza algo inigualable, una combinación única con un mensaje donde se reúne esoterismo profundo, arte, filosofía, ciencia y la espiritualidad trascendente.
El que sea precisamente la Novena Sinfonía de acuerdo con la cábala le da una enseñanza que no debemos dejar de escapar; el nueve es generación, genialidad, generosidad, iniciación o camino a la sabiduría, el trabajo transmutando las energías creadoras.
“Freude” del alemán es alegría, sin embargo, es también placer o gozo; interpretado por el insigne escritor español Don Mario Roso de Luna como “voluptuosidad”, lo cual encaja perfectamente con el simbolismo cabalístico.
Todavía más, en la oda sublime, dice que “Freude” (alegría o voluptuosidad) es la hija del Elíseo o Elysium (los campos Elíseos), la cuarta dimensión o Edén, cuyo significado es sorprendentemente el mismo ("Edén" = "delicia" o "placer"). Entonces todo el texto toma sentido, se aclara lo descrito, pues encajan entonces todas las palabras y hasta el número de la sinfonía.
Como si nos quitaran una venda de los ojos, ahora comprendemos el por qué Don Mario Roso nos traduce la primera parte así:
«Oh voluptuosidad, la más bella refulgencia divina, hija del Elíseo». «Ebrios de emoción osamos penetrar en tu santuario cantando: - Tu mágico efluvio anuda los santos lazos que el trato social, despiadado y cruel, osara romper un día...».
Y tenemos un doble mensaje, sin que se contradiga uno al otro; el de la fraternidad universal, el amor a la humanidad, tratar de sentir y pensar lo que el prójimo piensa y siente, sentir como nuestros, los pesares, problemas y necesidades de los demás y hacer algo para remediarlos.
Por otro lado, es el descubrir que en los encantos de los misterios del amor se encuentra la mejor forma de unirse a la divinidad, que en la sabia mezcla de los magnetismos femenino y masculino se haya la clave de todo poder.
«¡Todos los hombres son hermanos; todos son UNO bajo tu égida protectora!». «Y el coro contesta: Miríadas de miríadas de seres que pobláis el mundo y pobláis sin duda los cielos sin límites: facetas innúmeras de un solo, único e inconmensurable Logos, yo os estrecho contra mi corazón».
Esta frase parece sacada de los textos sagrados más antiguos de la humanidad; como el de los Vedas de la India milenaria, el Popol Vuh maya, los Eddas escandinavos y decenas de libros más. Es la más alta de las filosofías, el de sentirse todos como partículas infinitesimales de un solo ser, sin distinción alguna, que podríamos sintetizar en el mantram: Om Masi Padme Yom (escrito como Om Mani Padme Jum) que una de sus interpretaciones sería: “Tú estás en mí, yo estoy en ti”.
Somos como una simple gota de agua, que al lanzarse a un gran océano de la vida universal se pierde, se disuelve, pero al final esa gota es el océano mismo. Y nos permite ver que en el fondo todos somos parte de lo mismo, que no hay diferencia alguna, que al final de los tiempos todos seremos uno. Es decir, que más allá de una creencia o un pensamiento bonito, el de que somos hermanos, parte de una gran familia es una tremenda realidad.
«¡Un inmenso abrazo para el Universo entero!: ¡Hermanos, hermanos míos, alegraos, todo se une y todo conspira al Santo Misterio, y aquí en nuestro Ser y allá y doquiera tras la bóveda estrellada un Padre-Madre amante nos cobija a todos!».
Hermosos misterios encerrados en este himno, que no dejan de sorprendernos; primeramente, porque nos refiere a que tenemos una chispa inmortal emanada de Dios y que es el Santo Misterio, nuestro Ser o espíritu, del cual emanamos y nuestra tarea es regresar a él.
Pero, en esta traducción en forma matemática y exacta nos muestra que esas partes divinas son Padre y Madre; sabiduría y amor; severidad y dulzura; verdad y comprensión.
Las enseñanzas de los grandes maestros no tienen límites ni orillas; cada vez que las estudiemos a la luz de la gnosis, veremos que son tan profundas como los océanos del mundo, tan infinitas como el universo mismo.
Sintiéndonos uno con los demás y como una chispa emanada de esa gran hoguera de la divinidad, escuchemos con infinita devoción y emoción positiva esa magistral obra de Beethoven, con el fin de inspirarnos y penetrar un poco en sus misterios.
Jenaro Ismael Reyes Tovar
IMAGEN: Beethoven, Joseph Karl Stieler, 1820